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viernes, 2 de marzo de 2012

La barca sin pescador




ABUELA - Esa es la palabra: miedo. Y con razón. ¿Cuán­do se calla el mar? Cuando va a haber tormen­ta. ¿Cuándo se calla el bosque? Cuando pasan los hombres con escopetas. Siempre que hay un gran silencio, es que está el peligro en el aire. (Evocadora, íntima.) Me acuerdo una vez, sien­do muy niña. Éramos nueve hermanos, ocho varones grandes y yo. Una noche no sé lo que había pasado en casa; a mi madre se le caían las lágrimas; mi padre apretaba los puños con­tra el mantel, y los ocho hermanos hombres es­taban pálidos, con los ojos clavados en el plato. Nadie se atrevía a moverse ni a respirar siquie­ra. Había un silencio tan frío que se metía en la sangre. Sólo se oía una gota de agua que es­curría del cántaro. ¡Glú-glú... glú-glú... glú-glú...! Gracias a ella no me eché a llorar. Y mire lo que son las cosas; después de sesenta años, de aquello tan terrible que ocurrió en mi casa ya no me acuerdo. Pero lo que no podré olvidar nunca, para darle las gracias, es aquél glú-glú de agua, que era el único que se atre­vía a hablar para que yo no tuviera miedo.

Alejandro Casona



Cyrano de Bergerac II


Cyrano.- Sois poco inteligente, jovenzuelo. Pueden decirse muchas más cosas sobre mi nariz variando el tono. Por ejemplo, agresivo: «Si tuviese una nariz semejante, caballero, me la cortaría al momento»; amigable; « ¿Cómo bebéis; metiendo la nariz en la taza o con la ayuda de un embudo?»; descriptivo; « ¡Es una roca... un pico... un cabo...! ¿Qué digo un cabo?... ¡es toda una península!»; curioso; «¿De qué os sirve esa nariz?, ¿de escritorio o guardáis en ella las tijeras?»; gracioso; «¿Tanto amáis a los pájaros que os preocupáis de ponerles esa alcándara para que se posen?»; truculento; «Cuando fumáis y el humo del tabaco sale por esa chimenea... ¿no gritan los vecinos; ¡fuego!, ¡fuego!?»; prevenido; «Tened mucho cuidado, porque ese peso os hará dar de narices contra el suelo», tierno; «Por favor, colocaros una sombrilla para que el sol no la marchite»; pedante; «Sólo un animal, al que Aristóteles llama hipocampelefantocamelos, tuvo debajo de la frente tanta carne y tanto hueso»; galante: «¿Qué hay, amigo? Ese garfio... ¿está de moda? Debe ser muy cómodo para colgar el sombrero»; enfático: «¡Oh, magistral nariz!, ¡ningún viento logrará! resfriarre!»; dramático; « ¡Es el mar Rojo cuando sangra!»; admirativo; « ¡Qué maravilla para un perfumista!»; lírico; «Vuestra nariz... ¿es una concha? ¿Sois vos un tritón?»; sencillo; «¿Cuándo se puede visitar ese monumento?»; respetuoso; Permitidme, caballero, que os felicite; ¡eso es lo que se llama tener una personalidad!»; campestre; ¿Que es eso una nariz?... ¿Cree usted que soy tan tonto?... ¡Es un nabo gigante o un melón pequeño!»; militar: «Apuntad con ese cañón a la caballería!»; práctico: «Si os admitiesen en la lotería, sería el premio gordo». Y para terminar, parodiando los lamentos de Píramo: « ¡Infeliz nariz, que destrozas la armonía del rostro de tu dueño!» Todo esto, poco más, es lo que hubierais dicho si tuvieseis ingenio o algunas letras. Pero de aquél no tenéis ni un átomo y de letras únicamente las cinco que forman la palabra «tonto». Además, si poseyeseis la imaginación necesaria para dedicarme, ante estas nobles galerías, todos esos piropos, no hubieseis articulado ni la cuarta parte de uno solo, porque, como yo sé piropearme mejor que nadie, no os lo hubiese permitido.



 

domingo, 26 de febrero de 2012

Cyrano de Bergerac

CYRANO.- Decís bien. Este sentimiento, terrible y celoso que me inva­de, es verdadero amor... Tiene todo el furor triste del amor y sin embargo, no es egoísta ¡Ah! por tu felicidad yo daría la mía, aunque tú nunca llegaras a enterarte de nada. ¡Si alguna vez pudiera, aunque de lejos, oír la risa de la felicidad nacida de mi sacrificio!... ¡Cada mirada tuya suscita en mí una virtud nueva!... ¡me da más valor! ¿Te das cuenta? ¿Entiendes ahora lo que me pasa? ¿Sientes en esta sombra, subir hasta ti mi alma? En verdad, esta noche es demasiado bella, demasiado dulce... Yo os digo todo esto y vos... ¡vos me escucháis! ¡Es demasiado! ¡Incluso mi esperanza más atrevida, nunca osó esperar tanto! Ahora sólo me resta morir. ¡Es por mis palabras por lo que ella tiembla entre las hojas como una hoja más! ¡Pues tiemblas!... porque, lo quieras o no, he sentido bajar, a lo largo de las ramas de jazmín, el temblor adorado de tu mano......

¡...De un beso! La palabra es dulce y no veo por qué vuestro labio no se atreve... ¡Si decirla quema. Qué no será vivirla! No os asustéis. Hace un momento, casi insensiblemente habéis abandonado el juego y pasado, sin lágrimas, de la sonrisa al suspiro, del suspiro a las lágrimas. Deslizaos de igual mane­ra un poco más: de las lágrimas al beso no hay más que un estremecimiento....

¿Qué es un beso, al fin y al cabo, sino un juramento hecho poco más cerca, una promesa más precisa, una confesión que necesita confirmarse, la culminación del amor, un secreto que tiene la boca por oído, un instante infinito que provoca un zumbido de abeja, una comunión con gusto a flor, una forma de respirar por un momento el corazón del otro y de gustar, por medio de los labios, el alma del amado?



Fragmento sacado de la obra CYRANO DE BERGERAC de Edmond Rostand